No legislar desde la emoción: Criminalizar el Arte ¿Solución o Retroceso?

Por: Lic. Jair Samuel Hernández Pérez
Abogado Criminalista, Cineasta y Escritor.
En un contexto marcado por altos niveles de violencia e inseguridad, es comprensible que ciertos sectores sociales —incluyendo autoridades— busquen respuestas rápidas ante fenómenos como la popularidad de los narcocorridos, cine o videojuegos con narrativa criminal. Sin embargo, legislar desde la emoción y la percepción pública, sin análisis profundo ni enfoque estructural, puede tener consecuencias peligrosas para los derechos fundamentales.
Cuando se propone castigar penalmente expresiones culturales por supuesta “apología del delito”, se corre el riesgo de que la opinión pública apoye estas medidas sin cuestionar sus implicaciones, solo porque suenan “correctas” en el momento. Esto se ve alimentado por coberturas mediáticas simplificadas, que relacionan directamente la música, el cine o los videojuegos con el crimen organizado, sin evidencia concluyente de que estos contenidos causen conductas delictivas.
Recientemente, en México, se ha propuesto una reforma al Código Penal Federal que busca castigar con prisión a quienes realicen apología del delito a través de expresiones en medios digitales, videojuegos, música o manifestaciones artísticas. Esta iniciativa plantea penas de hasta cinco años de cárcel, e incluso contempla incorporar esta conducta en la Ley Federal contra la Delincuencia Organizada. Pero, ¿realmente este es el camino correcto para prevenir la violencia o se trata de una medida que amenaza la libertad de expresión?
Desde el ámbito jurídico y criminológico la iniciativa contiene una redacción ambigua y riesgos de interpretación especialmente en términos como “apología” y “medios digitales”. Esta vaguedad podría dar lugar a interpretaciones subjetivas y a una aplicación discrecional de la ley, afectando la libertad de expresión y artística.
Sin embargo, la glorificación del crimen organizado no nace del arte, sino de realidades más profundas: la impunidad, la desigualdad, la falta de oportunidades para los jóvenes, y la corrupción institucional. Estas son las condiciones que permiten que el narco tenga un poder simbólico y real, al punto de que parte de la población lo vea como modelo aspiracional. El arte no crea esa realidad; la refleja. Criminalizarlas es, en muchos casos, intentar silenciar el espejo que muestran.
Desde un enfoque criminológico, sancionar el arte en lugar de atender las causas estructurales de la delincuencia —como la exclusión social, la impunidad o la falta de oportunidades— resulta no solo ineficaz, sino contraproducente. En lugar de generar una ciudadanía crítica, informada y participativa, se fomenta una cultura de censura y miedo que limita la creatividad y el pensamiento libre.
Además, estudios y experiencias internacionales han demostrado que la represión cultural no disuade el delito, pero sí puede profundizar el resentimiento social, sobre todo en contextos donde las juventudes utilizan el arte como medio de expresión, identidad y resistencia.
El arte puede incomodar, puede provocar, pero también puede curar, enseñar y transformar. No se combate la violencia castigando las voces que la nombran, sino atendiendo las condiciones que la generan. Legislar con inteligencia y no con miedo es clave para una sociedad democrática y justa.
En este sentido, incluso figuras políticas como la presidenta Claudia Sheinbaum han señalado que prohibir expresiones como los narcocorridos es una medida absurda. En lugar de censurar, propone fomentar la conciencia social y ofrecer alternativas culturales.
¿La solución? Enfoque Preventivo en Lugar de Punitivo
Desde una perspectiva jurídica y criminológica, es más efectivo abordar las causas estructurales de la delincuencia, como la impunidad, la desigualdad, la falta de oportunidades para los jóvenes, y la corrupción institucional, en lugar de penalizar expresiones culturales. La criminalización del arte no resuelve los problemas de fondo y puede generar resentimiento social, es urgente desarrollar políticas públicas que impulsen la educación crítica, la promoción del arte con sentido social, y el fortalecimiento de los espacios culturales. El arte no es el enemigo; es parte de la respuesta.
Castigar la representación de una realidad incómoda no la hace desaparecer. Solo la vuelve más peligrosa al dejarla en silencio.