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Espejos y Sueños Rotos en un Mundo Dividido

Espejos y Sueños Rotos en un Mundo Dividido
  • Publishedjulio 11, 2025

¿Alguna vez has sentido que vives en un planeta diferente al de otras personas, incluso cuando compartes el mismo espacio físico? La frase «tu realidad y mi realidad no son lo mismo» es más que un lugar común; es un diagnóstico crudo de la profunda fractura que recorre nuestras sociedades. Esta divergencia no es casual, sino el resultado palpable de las abismales diferencias económicas, sociales y culturales que separan a quienes «más tienen» de quienes «menos tienen». Explorar este abismo no es solo un ejercicio sociológico, es una necesidad ética para entender la complejidad humana que nos rodea.

La falta de contactos y oportunidades, y si las existen son precarias o paupérrimas, la discriminación por apellido, acento, vestimenta, religión o por código postal. Vivir en ciertas zonas estigmatizadas implica no solo falta de infraestructura, sino vigilancia policial excesiva y exclusión social. La voz se pierde en el vacío; las demandas por servicios básicos son ignoradas o atendidas con lentitud burocrática. La desconfianza en las instituciones es un aprendizaje forzado empezando por la poca credibilidad de la policía o políticos en turno.

La economía es una lucha diaria por la supervivencia. El salario desaparece antes de fin de mes en alimentos, transporte y servicios básicos, salud, educación etc. Un imprevisto menor (una llanta ponchada, una gripe fuerte) puede significar elegir entre comer o pagar la luz, o hundirse en deudas con intereses voraces. El futuro es una incertidumbre constante; la educación superior es un sueño lejano, la jubilación una quimera.

La movilidad ascendente parece mas un mito que una realidad carente de posibilidades de crecimiento. Y de nueva cuenta caemos en la misma frase «tu realidad y mi realidad no son lo mismo». En un mundo donde se discrimina, se insulta y se sataniza al que menos tiene ante la más mínima situación, por ejemplo, lo ocurrido con una ciudadana argentino mexicana Ximena Pichel que, sin cesar insulto, humilló a un policía capitalino llamándolo “Pinche Indio, Negro, odio a los negros como tú” que devela las costuras de un país en el que el racismo y clasismo sigue siendo un lastre silencioso y que se ha asentado dentro de nuestra sociedad. Y que incluso ha desatado una discusión muy marcada en las redes sociales con posturas en contra de esta persona, llegando hasta Palacio Nacional la discusión donde la Presidenta Sheinbaum calificó como un “racismo aberrante” y que no nos extrañe que este tipo de escenas y escándalos de racismo se seguirán dando si no se actúa en consecuencia y de una forma contundente como algunas voces que apuntan que se le debería expulsar del país a esta persona.

Y, por otro lado, ni qué decir del capital cultural dominante, el cual puede resultar ajeno, incluso hostil, lejano o quizá perturbador. Las referencias, preferencias, orientaciones o simplemente los gustos, las formas de expresión pueden ser desvalorizadas o estigmatizadas como «vulgares» o «poco refinadas», o incluso muchas veces juzgadas a la ligera o tomar acciones como asesinar a una pareja de la comunidad LGBTIQ+ posterior a la marcha en la CDMX. Acceder a espacios culturales «de prestigio» puede generar incomodidad o sentimiento de abuso. Los códigos necesarios para avanzar en ciertos ámbitos (universitario, profesional, laboral, de impartición de justicia, estado de derecho) deben aprenderse con esfuerzo, a menudo con la sensación de traicionar los orígenes. El ocio, cuando existe, es descanso fugaz o celebración comunitaria donde para los que “su realidad no es nuestra realidad” puede parecer hasta cierto punto ofensivo actuar de tal o cual manera. En donde se acuerda, pacta o exonera al delincuente o narcotraficante y al menos favorecido o desprotegido se le acusa y encarcela.

Esta divergencia de realidades es el caldo de cultivo del mayor malentendido social: la creencia de que la propia experiencia es universal. Desde su realidad, quien «más tiene más puede” y el que “menos tiene menos puede”. Entender que «tu realidad y mi realidad no son lo mismo» no es un llamado a la lástima, sino al “reconocimiento radical de la diferencias y abismo que hay entre la sociedad en donde cada día la grieta se hace más notoria. Es admitir que: el privilegio existe y es invisible para quien lo posee: No es solo dinero, es seguridad, acceso, redes, tiempo y la creencia de que el sistema funciona con y a pesar de la clase pudiente.

La desventaja es estructural, no moral. Las desigualdades se perpetúan por sistemas económicos, políticos y culturales, no solo por decisiones individuales sino más bien estructurales y legítimamente establecidas y aceptadas por la sociedad en sí misma. La empatía requiere esfuerzo: No basta con «ponerse en los zapatos del otro»; hay que intentar entender que los caminos que ese otro recorre son radicalmente distintos, y a menudo, llenos de obstáculos que nosotros no vemos ni entendemos.

Vivimos en espejos y sueños rotos, reflejando realidades que apenas se tocan. La frase «tu realidad y mi realidad no es lo mismo» es un recordatorio doloroso, pero necesario, de la profunda fragmentación y desigualdad que caracteriza a nuestras sociedades. Superar esta división no implica negar las diferencias, sino reconocerlas con honestidad, cuestionar los privilegios que ciegan y trabajar activamente por desmontar las barreras económicas, sociales y culturales que las perpetúan.

El desafío no es unificar las realidades – la diversidad es riqueza – sino por el contrario, construir puentes de comprensión y justicia que permitan que todas las realidades, en su singularidad, puedan florecer con dignidad, equidad, respeto, solidaridad y verdadera empatía. Solo cuando dejemos de asumir que nuestra verdad es la única verdad, podremos empezar a construir un mundo donde la frase «tu realidad y mi realidad» no denote un abismo insalvable, sino la riqueza de una humanidad compartida en condiciones más justas. Y donde nunca jamás se lastime, lacere o discrimine como lo hace un ser humano con otro ser humano por el simple hecho de tener diferentes realidades, oportunidades, poder económico, político, social, cultural, posición o influencia al más alto nivel.

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