De aspiraciones y viejas prácticas por Erik S. Ramírez (Opinión)
Si hay algo que caracteriza al Presidente Andrés Manuel López Obrador es su forma de hacer política,
hay a quienes les incomoda el diálogo directo que sostiene con la población de manera cotidiana,
sobre todo, a aquellos que están acostumbrados a las relaciones políticas que no tengan que ver
con la gente y su aceptación, es decir, el acercamiento político que va más allá de los tiempos
electorales les resulta complicado de entender. Esta forma de interacción política no es un asunto
menor, está cambiando la forma en que conviven los que buscan el apoyo popular y quienes buscan
mejores representantes; quien no sea capaz de adecuarse a esto, se podrá encontrar en una
desventaja, sobre todo, aquellos que militan o participan por partidos identificados con la izquierda.
La figura del presidente y su práctica política se está arraigando en el ideario popular, la imagen del
político cercano a la gente, que habla a ras de piso, que debate con los principales afectados de las
acciones de gobierno, que ha caminado al lado de la gente y que sigue gobernando de esta forma;
esta imagen supone un modelo que la gente busca en quienes pretenden encabezar proyectos bajo
los colores del partido que llevaron a AMLO al poder.
Hablar de cultura política nos remite inmediatamente a las prácticas del viejo régimen que
colocaban al centro de la acción al actor político en turno, la relación vertical tenía como principal
característica la distancia abismal entre los representantes y sus electores, la única forma de acceder
a la atención del personaje electo era cuando él/ella tenía interés político en ese encuentro. Toda
interacción estaba determinada por cuotas que sirvieran para garantizar la continuidad de la carrera
del político y su partido.
La cercanía de los procesos internos de selección de candidatos pone de manifiesto que persisten
las prácticas que caracterizaron a toda una etapa política en nuestro país. Las guerras internas son
desgastantes para quienes militan en los partidos políticos, las relaciones de las élites producen
efectos negativos en la construcción de un proyecto unitario e integral.
La búsqueda de simpatías internas y externas por las personas que buscan ser candidatas o
candidatos a algún puesto de representación popular se ven envueltas en prácticas que no
corresponden al nuevo modelo político descrito en los primeros párrafos de este texto. La dádiva
sigue siendo la práctica ominosa de siempre, es la falta de respeto más grande, una burla a las
necesidades reales de la población, no genera ningún tipo de organización popular y siguen
replicando la cultura del lucro electoral más rancio. Esta práctica se agrava, a mi parecer, cuando
quien la lleva a cabo se encuentran en las estructuras orgánicas de la administración pública, no solo
se valen de su posición privilegiada para obtener simpatías dentro de las elites, sino que es posible
que esas dádivas provengan de recursos públicos que deberían de tener otro fin y no el de
posicionarlos en la comunidad.
Debemos de aspirar a transformar las relaciones políticas, todas. Ha quedado demostrado que las
viejas estructuras no sirven para construir una sociedad democrática donde los privilegios políticos
imperan sobre el bienestar colectivo. Estarea de la población exigir nuevos perfiles políticos, nuevas
formas de hacer política donde el centro sea la sociedad y no los individuos; no el repartidero
presuntuoso y mediático sino la creación de nuevas relaciones de organización que permita sentar
las bases de la transformación real y que, entonces sí, el poder sirva para la gente y no la gente al
poder.