“Ventanas rotas” el posible camino de la redención gubernamental
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En el siglo pasado se popularizó una teoría denominada “ventanas rotas” desarrollada por los criminólogos James Q. Wilson y George Kelling. El experimento más conocido consistió en dejar dos vehiculos idénticos abandonados en dos barrios muy distintos en Estados Unidos, cuya variación estaba en la clase social y la peligrosidad. Como era fácil de deducir, el vehículo de la zona de alta peligrosidad y marginada fue desvalijado por completo en cuestión de horas; hasta ahí todo era previsible, la delincuencia era atribuible a la pobreza. Sin embargo, el experimento no terminó ahí. Acto seguido, los científicos sociales decidieron romper un vidrio al vehículo varado en la colonia acomodada. ¿El resultado? Bastaron unas horas para que la violencia y el vandalismo dejaran al vehículo en el mismo estado que en el barrio pobre. La conclusión fue clara: no se trataba de pobreza. Un vidrio roto en un auto abandonado transmite la idea de deterioro, abandono y desinterés, lo que va rompiendo con las reglas de convivencia y con la ley. Como una avalancha, se empieza con pequeños descuidos hasta que la escalada de actos se vuelve incontrolable.
Más allá de los experimentos, la solidez de la teoría quedó comprobada cuando diversos gobiernos la pusieron en operación, adquiriendo relevancia la ciudad de Nueva York, que en los 90´s vivía momentos álgidos por la delincuencia generalizada. A ella se han sumado ciudades de Inglaterra, Brasil, Canadá, Australia y algunas de nuestro país. Y aunque sea imposible afirmar una correlación perfecta, se ha demostrado que en la medida en que los gobiernos priorizan mantener el espacio público ordenado y limpio, la tasa de crímenes tiende a reducirse significativamente. En tiempos de política reactiva en materia de seguridad, la teoría de las ventanas rotas se convierte en una alternativa viable para prevenir y reducir los índices delincuenciales.
Nuestro estado y los municipios bien podrían tomar como opción la lección aprendida por diversas ciudades del mundo, sobre todo en estas fechas en que se ha vuelto común ver en redes sociales aumento en la actividad delictiva de cualquier grado. Lo que queda en evidencia con que uno de cada cuatro integrantes de hogares hidalguenses han sido víctimas de algún delito y el costo total a consecuencia de la inseguridad representó un monto de 6.5 mil millones de pesos según cifras de la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública (ENVIPE) 2024. Por algo el 56.3% de los hidalguenses consideran que la inseguridad es el problema mas importante que hoy los aqueja.
Ahora que desde lo federal se ha impulsado atender las causas de la actividad delictiva priorizando los programas sociales, vale la pena que en lo local y municipal se pueda poner a prueba la tesis planteada por la teoría de las “ventanas rotas” y rescatar el mayor número de espacios públicos, así como ofrecer servicios públicos de calidad que nos permitan olvidarnos de las calles en mal estado, bardas grafiteadas, calles con basura y pésimo alumbrado público. No se les pide demasiado, basta con que cumplan con su función constitucional y legal para reducir la percepción ciudadana de inseguridad y de abandono; tampoco se trata de descubrir el hilo negro. Quizá en las “ventanas rotas” encuentren el camino a la redención gubernamental.