Mandar obedeciendo
Por Dino Madrid
En política, como en la vida, hay lecciones que entran por la razón y otras que entran a golpe de realidad. Lo que sucedió este pasado domingo en Hidalgo, con la consulta sobre el Parque Ecológico y de Reciclaje, es una de esas realidades que no caben en un Excel pero que desbordan las urnas. Ganó el «No». Y ganó con un contundente 63% en Atitalaquia, Tlaxcoapan y Tula de Allende.
A primera vista, para el ojo técnico y lejano, parece una contradicción: ¿Por qué una región devastada ambientalmente rechazaría un proyecto de «economía circular» diseñado para sanearla? ¿Por qué decirle que no a una inversión en los terrenos fantasmas de la ex-Refinería Bicentenario?
La respuesta es sencilla, aunque a la tecnocracia le cueste digerirla: la confianza no se decreta, se construye.
Para entender el «No», hay que caminar el territorio. Tula y sus alrededores han sido, durante décadas, la «zona de sacrificio» del centro del país. Ahí terminan las aguas negras de la Ciudad de México, ahí humea la termoeléctrica y ahí se acumula el polvo de las cementeras. La gente no rechazó un parque ecológico; la gente rechazó la posibilidad —real o imaginada— de que les volvieran a dar gato por liebre.
El proyecto, técnicamente, sonaba bien: saneamiento de ríos, manejo de residuos, reforestación. Pero en el territorio, la percepción fue otra: «nos quieren traer más basura». Y cuando el gobierno llega tarde a explicar, el miedo llena los vacíos de información.
Aquí es donde debemos detenernos a reflexionar, lápiz en mano. En la Cuarta Transformación hemos defendido que «el pueblo es sabio». Pero esa sabiduría implica también un instinto de supervivencia. Una política pública puede ser técnicamente perfecta, financieramente viable y ecológicamente necesaria. Pero si carece de legitimidad social, es inviable. Punto.
La legitimidad no es un sello que se pone al final del documento; es un proceso que nace del diálogo previo. Socializar no es avisar lo que se va a hacer; socializar es construir el proyecto con la gente desde el primer trazo.
Resulta hasta irónico —con esa elegancia cruel de la burocracia— que se pretenda convencer a una población harta de promesas incumplidas con renders bonitos y términos de moda como «economía circular». Para el funcionario en su oficina con aire acondicionado, el proyecto es la solución al cambio climático. Para la señora de Atitalaquia, que lleva años respirando azufre, es solo otro camión de basura con un nombre más sofisticado.
Celebran hoy que hubo democracia. Y sí, se aplaude que se haya preguntado —algo impensable en los sexenios neoliberales donde las obras se imponían a toletazos—. Pero, ojo: celebrar el proceso no debe cegarnos ante el error de origen. La consulta llegó cuando el proyecto ya estaba cocinado, no cuando se elegían los ingredientes.
El «No» del domingo no es un rechazo al progreso, ni una necedad. Es un grito de dignidad. Es la voz de 7,747 personas —y muchas más que no fueron pero comparten el sentir— que dijeron: «Con mi salud y mi territorio no se juega a las adivinanzas».
A los defensores del medio ambiente que lograron develar las dudas: gracias. Su lucha forzó la consulta.
Al gobierno, le toca una tarea doble: primero, respetar el resultado sin chistar; y segundo, aprender que primero se escucha y luego se proyecta.
Decir «No» al proyecto implica ahora una responsabilidad inmensa: construir un «Sí» a soluciones reales.
La basura sigue ahí, la contaminación sigue ahí. Pero la solución ya no puede venir de arriba hacia abajo. Tiene que nacer de la tierra, con el consenso de quienes la habitan.
Bien por la democracia en Hidalgo. Pero ojalá, para la próxima, entendamos que el pueblo no quiere solo votar «Sí» o «No» al final de la película; quiere ser parte del guion desde el principio.
